Es la idea de que cualquier objeto físico, dispositivo o incluso las propias personas mediante los wearables (como ya comentamos aquí) estén conectados entre sí a través de Internet. No se trata de sólo mandar datos, como hacíamos hasta ahora al comprar por internet o solicitar información sobre los horarios de apertura de algún establecimiento. El Internet de las Cosas o IoT se basa en la premisa de relaciones inteligentes con objetos.
Pero, a ver ¿qué quiere decir eso en la práctica? Por ejemplo: llegas a casa y tu nevera te dice que faltan huevos y que los tomates se están estropeando; o que la calefacción está ya encendida porque sabe cuando vuelves de trabajar (atasco más, atasco menos).
Todo esto que suena a ciencia ficción y que ha generado tanto hype últimamente está muy bien, pero lo mejor es que esta tecnología abrirá muchísimos nuevos canales a través de los cuales será más fácil entender y acceder al consumidor. Más si nos dicen que según Cisco, en torno a 50 billones de dispositivos se conectarán en 2020 lo que significa un mercado gigantesco.
A través de todas estos aparatos inteligentes conectados se podrán llevar a cabo campañas ultra-personalizadas que proporcionarán, por consecuente, un ROI muchos más alto.
El verdadero reto, sin embargo, será analizar esta abrumadora cantidad de datos de manera eficiente. A mayor cantidad de dispositivos, mayor cantidad de contextos diferentes y maneras de actuar distintas. Por lo tanto parece que los sistemas de análisis tendrán que evolucionar mucho más allá de las actuales bases de datos y que el rol de analista será más demandado.
También habrá que encontrar un equilibrio entre el uso que esos datos pueden ofrecer a las marcas, y lo que las marcas pueden ofrecer con ellos a los usuarios; teniendo siempre presente la ética de la privacidad.